Si tuvieran mis razones,
enferma señora mía,
la virtud en tus pasiones
qu'el rey de Francia tenía
en sanar los lamparones,
aunque son empresas vanas
por lo que viven lozanas
en su lóbrego aposento,
sin duda que con mi aliento
curara tus almorranas.

Y será rico interés
y muy crecida ganancia,
reparar tu hermoso envés
con fuerzas del rey de Francia
d'ese mal qu'es mal francés.
Y como la delantera
tiene dél, por dentro y fuera,
tan bastante provisión,
esas almorranas son
encordios de tu trasera.

Parecen entre tus faldas,
con la sombra que les toca
de zafires y esmeraldas,
unos barros en la boca
que tienes en las espaldas.
Y quién pudiera llegar,
mi señora, a contemplar
sus tinieblas sin mi vela,
y quién fuera sanguisela
para poderlas chupar.

Pensando estoy con gran celo
cómo podrán repararse,
y hanme dicho, por consuelo,
que solo podrán curarse
con el rocío del cielo.
Y pues es cosa notoria,
ten, señora, en la memoria,
que arroja con mayor brío
el licor d'este rocío
la geringa del gran Soria.