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domingo, 21 de febrero de 2010

postheadericon Las Fallas a través de los siglos


La palabra Falla es pura y netamente valenciana. Procede del léxico mozárabe valenciano del siglo XIII y tiene su origen etimológico en la palabra latina "facula" (tea o antorcha), y significa hoguera, porción de materias combustibles que encendidas levantan mucha llama. Existen referencias escritas desde el medievo; así, podemos encontrarla en la documentación foral, también en las crónicas del rey Jaime I o incluso en el libro "L'espill o llibre de les dones" ("El espejo o libro de las mujeres"; 1460) del escritor valenciano Jaume Roig, en el que dice:

"Caic la canela
feu be la vela
per les tovalles
deixa fer falles
e flamejar"

En ese tiempo, las fallas aparecen como alimaras o luminarias que se encendían para conmemorar alguna fiesta o acontecimientos solemnes, tanto civiles como religiosos, como la llegada de un rey o el nacimiento de un príncipe. Algunas de estas alimaras tan sólo eran toneles llenos de leña y brea, sostenidos en alto mediante largos maderos clavados al suelo, adornados con pinturas grotrescas. Otras, con el mismo combustible se quemaban en lo alto de los campanarios en fechas señaladas, honrando la fiesta de algún santo patrón, como es el caso de les graelles (parrillas), recipientes de hierro en los que se quemaba leña en honor de San Vicente Mártir, patrón de la ciudad de Valencia.



Aquellas hogueras mencionadas en los antiguos documentos tendrían su continuación en las que más tarde se llamarían "Falles de San Chusep" (Fallas de San José). Desde 1497, el respetado gremio de carpinteros y ebanistas celebraba la fiesta de su patrón San José realizando una gran hoguera, en la que quemaban todos los trastos inservibles de sus talleres: Virutas, trozos de madera, residuos inútiles... Por aquél entonces los carpinteros tenían como costumbre trabajar a la entrada del taller para aprovechar la luz del sol. Al llegar la noche, se iluminaban con la luz de grandes cresols (candiles), que colgaban de altos artilugios de madera, en forma de percha o cruz, los llamados estais o parots. Al llegar la primavera, los parots se quemaban con el resto de desperdicios, pues era más cómodo hacerlos de nuevo que guardarlos.

La quema de aquellas fallas producía una natural alegría, sobre todo entre la chiquillería del barrio. Hacia el siglo XVIII, estos chiquillos, acompañados por los aprendices de carpintero, tuvieron la idea de recorrer el vecindario con una vieja estera sobre la que se depositaban los muebles rotos y otros trastos inútiles, desechados por los vecinos, para añadirlos a la hoguera y que esta tomara mayores proporciones. Mientras recorrían las calles del barrio, canturreaban una pequeña cancioncita que sobreviviría al paso de los siglos, dando lugar al famoso Cant de l'estoreta (Canto de la esterilla):

"¿Per ahi hi ha una estoreta velleta
pa la falla de San Chusep, del Tio Pep...?
Mes que siga la tapaora del comu
numero u"

"¿Por ahí hay una esterilla viejecita
para la falla de San José, del Tío Pepe...?
Aunque sea la tapadora del común (excusado)
número uno"


Portada de la revista "Pensat i fet" de 1926, dibujada por Barreira,
que representa el "Cant de l'estoreta"


Por el espíritu satírico y el ingenio propio de los valencianos a alguien se le ocurrió vestir un estai o parot con ropas viejas, con el consiguiente regocijo de sus vecinos, creándose así la primera falla con ninots o figuras. Esta idea prosperó, arraigando firmemente en el alma del pueblo y sería imitada en los años venideros. Comenzaba así un proceso de evolución que se prolongaría durante el siglo XVIII, con fallas que ya eran algo más que montones de maderas, trastos viejos y monigotes burdamente confeccionados.

Tras sufrir un largo periodo de crisis, debido a los acontecimientos políticos de la primera mitad del ochocientos, las fallas surgieron de nuevo con ímpetu, merced a la competencia de las comisiones formadas por los alegres vecinos. Este renacimiento llevó a la reglamentación de la fiesta por el Ayuntamiento de Valencia en 1851, obligando a las comisiones a solicitar un permiso para plantar su falla. Empezaron a aparecer los temas satíricos en las fallas, en los que se representaban sucesos o comportamientos que se consideraban merecedores de burla o crítica, centrándose principalmente en los motivos políticos y sociales.


Evolución del ninot, desde el clásico parot hasta nuestros días,
ilustrada por el cronista e historiador valenciano Soler Godes


Algunas críticas resultaron tan fuertes que el Ayuntamiento, a principios de 1872, decidió obligar a las comisiones a presentar un boceto, y a pagar un impuesto de cinco pesetas, impuesto que aumentaría en los años venideros hasta las treinta pesetas, cantidad excesiva para la mayoría de las comisiones. Se llegó hasta tal punto que un grupo de concejales solicitó la desaparición del festejo, pues consideraban que las fallas eran "una fiesta inculta, impropia de una capital seria y de primer orden", logrando que el impuesto se elevara a sesenta pesetas. Este hecho motivó que en 1885 se plantara una única falla, la de la calle Cervantes, la cual evadió el impuesto de ocupación de la vía pública gracias a una genialidad de los vecinos: La falla no permanecía en un sitio determinado durante un largo tiempo, si no que iba siendo trasladada a lo largo de la calle.

En 1887, el escritor valenciano Félix Pizcueta lograba con sus gestiones reducir a diez pesetas la licencia para instalar fallas. El entusiasmo fallero resurgió espléndido, plantándose ese mismo año treinta fallas, cantidad no conocida hasta entonces. Ese mismo año nacieron los primeros premios falleros, por iniciativa de la revista satírica "La Traca", potenciando la competencia entre las comisiones. En 1892 quedaría instaurada la Nit de la Cremá al pasar la quema de las fallas del día 18 de marzo a la noche del 19.



Tradicional falla de finales del siglo XIX,
ubicada en el popular barrio del Carmen


A finales de siglo aparece la figura del artista fallero, responsable de la construcción de la falla que conjuga los trabajos de escultor-modelador, ingeniero de carpintería, pintor y humorista-caricato, en sustitución de los propios vecinos, que hasta ese momento eran quienes las realizaban. De esta manera, las fallas adquirieron una nueva orientación, ganando en gracia, ingenio, arte, tamaño y altura. Había mejorado la forma decorativa, y las figuras con caretas y guantes se veían sustituidas por otras con cabezas y manos hechas en cera.

En 1895, la sociedad cultural Lo Rat Penat concede un premio a la mejor falla y más ingeniosa, tomando el relevo de la revista "La Traca", iniciativa que sería secundada por el Círculo de Bellas Artes. En 1901 el Ayuntamiento de Valencia decide colaborar con la labor de ambas sociedades, ofreciendo un premio en metálico, además de un estandarte. Dos años después, en 1903, Lo Rat Penat aportaría otro granito de arena a la fiesta fallera al comenzar a premiar los Llibrets de falla (Libritos de falla), pequeño librito que explica en verso la temática de la falla con una gran dosis de sátira y humor, y que habían surgido en 1855 de la mano del escritor Josep Bernat i Baldoví.



Dibujo de José Benlliure en el que podemos ver
a un niño vendiendo el llibret de la falla (1929)


En el trascurso de los años, los premios aumentarían en número e importe, convirtiéndose en un acicate para que artistas y comisiones mejoraran progresivamente la calidad de las fallas, aumentando también su cantidad y distribuyéndose por toda la geografía de la ciudad. Las fallas abandonaban su estructura clásica, desarrollándose una nueva concepción en la que los ninots pasaban a ser una parte más. El monumento fallero se componía ahora de la superposición de diversos elementos y niveles: Una base de escasa altura, con las diversas escenas y ninots; un cuerpo central que servía de soporte al monumento; y un remate, que protagonizaba un ninot de grandes dimensiones con un motivo alegórico al tema tratado en la falla.

Esta evolución se consolidaría en los años 20, con la llegada de los primeros "trenes falleros", fletados por la asociación para el fomento del turismo Valencia Atracción, que traían una gran afluencia de visitantes de otras partes de la península, marcando el florecimiento de las fallas, tanto en los festejos celebrados como en la monumentalidad artística y en el número de fallas, llegando a plantarse en 1929 más de cien fallas. Tres años después se instauraría la Semana Fallera tal cual la conocemos hoy en día, al ser declarados festivos los días 16 y 17 de marzo.



Falla de 1928 de la Plaza de la Pilota (Hoy de Mariano Benlliure),
obra del artista Carlos Cortina, con el lema:
"De Valencia a Nova York en les ales d'un parot"
(De Valencia a Nueva York en las alas de una libelula)
Primer premio de todas las categorías


La fiesta fallera siguió espléndida en los años siguientes, con creciente alegría y animación, aumentando sucesivamente el número y calidad de las fallas, e incrementando con nuevos festejos el aliciente de las fiestas, ganando en importancia a nivel mundial hasta el punto en que hoy las conocemos, declaradas como Fiestas de Interés Turístico Internacional.


FUENTES:
- Valencia y su Reino, Francisco Almela y Vives (Páginas 677-679)
- Las fallas de la "estoreta" y el "parot", Vicente Vidal Corella (El dominical de Las Provincias, 1986)
- Revista Álbum Fallas

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