En tanto han de tenerse y estimarse,
serrana hidalga, tus divinos ojos,
que como el claro sol han de mirarse
por medio del cristal de mis antojos:

y si puede la vista levantarse
a tantas glorias, triunfos y despojos,
tus bellas partes podía ver de modo
que de cualquiera parte forme un todo.

Tus dorados cabellos ondeados,
de mí si puede ser, no los escondas,
porque en el fiero mar de mis cuidados
me levanten al cielo con las ondas.

Mas son mis pensamientos tan pesados,
que del olvido en las cavernas hondas
hallaran el asiento merecido,
si asiento puede haber donde hay olvido.

Y esa pequeña boca azucarada,
entrada de la gloria esclarecida,
de perlas orientales empedrada,
y de rubíes ardientes guarnecida;

es muy pequeña, que por ser entrada
de la gloria es angosta y encogida,
mas con todo por ella cabe un alma,
qu'entra a gozar la merecida palma.

Ese extremo de pecho, frente y cuello,
para poder loarle, verle importa,
aunque por otra parte basta vello (verlo)
para quedar cualquiera lengua corta.

Mas para echar a lo que digo el sello,
ese descuido cuidadoso corta:
no sea yo por ti tan desdichado
que me mate el contrario del cuidado.